El castillo de La
Alameda o también conocido por el nombre de castillo de Barajas o castillo
de los Zapatas, se ubica en el barrio de Alameda de Osuna dentro del
distrito de Barajas en la Comunidad de Madrid.
La
fortificación fue construida entre finales del siglo XIV y principios del siglo
XV, el lugar elegido para su ubicación es una pequeña atalaya cerca de la
extinta aldea de La Alameda.
Los
orígenes del Castillo de Barajas se relacionan con la familia Zapata una de las
más antiguas y fundadoras del Madrid bajomedieval, cuyo señorío se extendía por
las villas de Barajas y La Alameda, toda la zona posee un alto valor
arqueológico debió a la existencia de asentamientos humanos desde la
Prehistoria, a lo largo del valle formado por el río Jarama en su tramo bajo se
han descubierto yacimientos arqueológicos de la Edad del Bronce hasta la época
de los Romanos.
El
castillo señorial fue edificado entre 1431 y 1476 según figura en los
documentos oficiales de la época, la destacada familia de los Mendoza fue la
que respaldo la construcción del castillo señorial que contaba con una gran
torre, un recinto organizado en torno a un patio central, una barrera exterior
con torres en las esquinas y un foso defensivo.
Durante
el siglo XVI el castillo fue transformado en un palacio renacentista, en 1575
se amplia y se añaden elementos arquitectónicos como la torre del homenaje, se
construyen nuevas crujías en los laterales oriental y meridional, mediante la
apertura de vanos más amplios el interior
del castillo gana en luminosidad y el exterior del castillo es engalanado con
un jardín que alberga vistosas fuentes y albercas, Francisco Zapata de Cisneros
seños de La Alameda y Conde de Barajas fue quien financio la ampliación y
reformas del castillo.
Personajes
ilustres se han alojado en el castillo como el Duque de Alba o el Duque de
Osuna.
En
el siglo XVIII el castillo entra en desuso y la edificación empieza a
deteriorarse profundamente hasta el siglo XIX, durante la Guerra Civil Española
el castillo reanuda su función militar siendo utilizado como fortín al igual
que se construye un nido de ametralladoras en las inmediaciones del castillo.
La
fortificación forma parte de los escasos vestigios conservados de la
arquitectura militar del pasado siglo XV, el 22 de abril de 1949 fue declarado
Bien de Interés Cultural (BIC), el PGOUM lo ha clasificado como monumento
singular, en la actualidad muestra una optima presencia debido a las campañas
de excavaciones arqueológicas llevadas a cabo desde el año 1996 y gracias al
meticuloso proceso de restauración en el año 2010 el castillo se ha convertido
en museo.
Las
primeras campañas arqueológicas se realizaron en la década de los años 80 donde
se obtuvieron evidencias que muestran que el castillo se asienta sobre restos
de antiguas construcciones prerromanas como tardorromanas.
El
Ayuntamiento de Madrid mediante cesión urbanística adquirió la titularidad del
castillo, su actual estado de conservación es de semi-ruina y forma parte de
las cuatro fortificaciones medievales que se conservan dentro del término
municipal de Madrid, las otras tres fortificaciones son: el castillo de
Viñuelas y los restos de la muralla árabe y cristiana.
En
cuanto a la composición del Castillo de Barajas este se estructura en base a
dos recintos formados por el cuerpo principal del edificio y el espacio que
delimitaba la barbacana.
Las
dimensiones del castillo apenas superan los 200 m2, presenta una
planta rectangular con esquinas redondeadas, los muros fueron construidos con
mampostería utilizando piedra caliza, los restos de dos torres son evidentes,
la torre del homenaje tiene una planta cuadrangular y se levanta en el ángulo
noroeste del castillo, la segunda torre es de planta cilíndrica y se ubica en
el extremo sureste. El interior del castillo estaba formado por un recinto con
estancias auxiliares organizadas en torno a un patio, que se complementaban con
las estancias de la torre del homenaje.
Rodeando
el castillo a unos 4 metros del mismo se encuentran los restos de la barbacana
de los que únicamente se conservan algunos trozos de relleno del muro de medio
metro de altura.
El
foso rodeaba el fortín del que ha llegado a nuestros días los flancos este y
oeste.
Iniciemos
ahora la visita al museo del Castillo de La Alameda, empecemos por La Casa del
Guarda, probablemente ocupa el mismo lugar que una casa anterior, la Casa del
Mayordomo, la residencia del intendente o gobernador de la hacienda señorial,
cargo que ocupo en 1574 Luis de Godoy, dicha construcción aparece citada en un
texto de finales del siglo XV.
Debió
construirse al otro lado del foso y junto al puente de entrada, para ampliar
las dependencias del castillo, debido a su reducido tamaño, una vez paso a manos
de los Zapata.
La Casa del Guarda de la finca, no se sabe cuando fue
construida, posiblemente a finales del siglo XVIII, cuando la casa del
mayordomo había desaparecido y el castillo estaba en ruinas.
Estuvo
en pie hasta 1975 como muestran algunas fotografías, la casa era habitada por
la familia encargada del cuidado de la finca que un día había pertenecido a los
Zapata y posteriormente a los Fernán-Núñez.
La
casa del guarda era un típica casa de campo, de una sola planta con una parte
dedicada a la vivienda y la otra al corral y almacén de aperos y productos
agrícolas, todo ello alrededor de un patio pavimentado al que se entraba por un
arco situado en el lado oeste, en el ala sur aprovechando un desnivel de la
ladera había un sótano.
El foso del castillo, contaba con un túnel de conexión con
el exterior del foso, en una de las esquinas del foso, como parte de la reforma
del talud, se abrió un túnel abovedado que permitía acceder al foso desde el
exterior. Bajo el pavimento de cantos del túnel se encontraba el desagüe del
jardín, donde una tubería conducía el agua sobrante de las fuentes hasta la
alberca situada al sur del castillo.
Las
excavaciones han permitido descubrir que bajo los escombros se ocultaban los
restos de un enorme foso que rodeaba al castillo y lo protegía. Su gran tamaño
(hasta 12 metros de anchura por 6 de profundidad), contrasta con las pequeñas
dimensiones del edificio. Las paredes formaban taludes inclinados, recubiertos
con piedra. El foso servía para potenciar la altura de los muros defensivos,
así como para evitar que los atacantes pudieran escapar de los proyectiles de
los defensores.
A
mediados del siglo XVI, el foso como todo el castillo, fue reformado para
adaptarlo a las necesidades de un modo de vida más cómodo, por lo que dejo de
tener una función defensiva. El talud exterior denominado contraescarpa se
ensanchó y fue forrado con un muro con contrafuertes quizás rematados por
arcos, para así conseguir un marco arquitectónico más adecuado para el jardín
en que se convirtió el foso.
En
referencia a quien construyó el Castillo de la Alameda, se sabe que los nobles
se hacen con el poder territorial gracias a las concesiones de la Corona. Con
la llegada de la dinastía de los Trastámara al poder (con Enrique II en 1369),
dio comienzo un proceso político llamado la “señorialización”. Los nobles (o
señores) formaron “partidos”, gracias a su apoyo los reyes podían mantenerse en
el poder frente a otros pretendientes. A cambio, los monarcas concedieron a sus
nobles “partidarios” derechos jurídicos y económicos sobre territorios de la Corona.
Así sucedió con las aldeas de Barajas y la Alameda, en el alfoz (comarca) de
Madrid.
Los beneficiarios en esta ocasión, como en otras, fueron los Mendoza. Era entonces costumbre, por razones defensivas y simbólicas, que el nuevo señor construyera una residencia fortificada “a la cabeza” de su señorío. Así sucedió en la Alameda. Lo más probable es que fuera Diego Hurtado de Mendoza (Almirante de Castilla y padre de Iñigo López, Marqués de Santillana) quien la mandara edificar en torno al año 1400.
El
principal material que se empleo en la construcción es el sílex, todos los
muros del castillo están construidos (aparejados) con piedras irregulares
(mampostería) de sílex trabadas con mortero de cal.
El sílex es una roca cristalina con una alta
proporción de sílice y es muy abundante en los alrededores de Madrid. Aparece
en grandes nódulos (bloques redondeados) en los estratos calcáreos de la
meseta.
El
sílex se talla con facilidad formando lascas de filo muy cortante. En la
Prehistoria, se empleaba para fabricar utensilios. Y como instrumento para
hacer fuego: al golpear entre sí dos trozos de sílex (también llamado pedernal)
se obtienen chispas con facilidad. La muralla de Madrid estaba asimismo
edificada con bloques de sílex, de ahí que uno de sus lemas sea: “mis muros de
fuego son”.
El
sistema de drenaje del pasillo (liza), estaba situado entre el muro perimetral
(barrera) y el edificio principal el cual se drenaba mediante unas tuberías que
bajaban por los ángulos de la escarpa y conectaban con el sistema hidráulico
del foso.
Los
Zapata y las obras de reforma de 1575, el señorío de Barajas y la Alameda pasa
de los Mendoza a los Zapata debido a que Diego Hurtado de Mendoza, además de
casarse dos veces, tuvo una amante: su prima Mencía de Ayala. Don Diego, a su muerte
en 1404, dejó a doña Mencía el señorío de Barajas y la Alameda, enajenándolo
del mayorazgo de los Mendoza (bienes y títulos que pasaban al hijo mayor). En
1406, doña Mencía se casó con Ruy Sánchez de Zapata, aportando como dote dicho señorío.
Así, la jurisdicción sobre estos territorios y el castillo pasaron a formar
parte del patrimonio de los Zapata.
El
personaje más notable de la familia Zapata fue Francisco Zapata de Cisneros.
Alcanzó un puesto relevante en la corte de Felipe II, ocupando el cargo de
presidente del Consejo de Castilla, entre otros cargos. Sus méritos hicieron
que el rey le concediese en 1572 un título nobiliario, a partir de uno de sus
señoríos: el de Conde de Barajas.
Alcanzada
tan notable posición, el nuevo conde decidió reformar la recia residencia rural
fortificada heredada de sus antepasados, era el sexto señor de Barajas y la
Alameda para convertirla en un palacete más confortable y elegante: amplió el
espacio residencial, reformó el foso y rodeó todo el conjunto con un espléndido
jardín con fuentes y albercas.
Las
excavaciones han permitido encontrar los fragmentos de varias macetas decoradas
con el escudo de los Zapata: su símbolo no podía ser otro que unos zapatos.
El jardín del foso, durante la reforma de mediados del
siglo XVI, el foso se convierte en un exuberante jardín: pasa de ser un recurso
defensivo a ser una fuente de placer para los sentidos, de acuerdo con la idea
de lo que debía de ser un palacio rural renacentista.
La
disposición del jardín, gracias a las excavaciones que han revelado la
existencia de parterres delimitados por alineaciones de ladrillos puestos de
canto. Y de alcorques en los que crecían árboles y arbustos. Entre los
parterres, discurrían las aceras por las que el señor del castillo y su corte
podían pasear para disfrutar del jardín.
Durante
el estudio arqueológico del castillo, se han recogido y analizado muestras de
pólenes y semillas, por lo que ahora sabemos que cerca del castillo había pinos
y olivos y que en el jardín crecían cipreses, fresnos, nogales, plantas
ornamentales y aromáticas como las rosas, los lirios, las azucenas y los
tulipanes. En las fuentes y estanques habitaban nenúfares y otras plantas
acuáticas.
Dentro
del jardín existía un espacio dedicado a un huerto, donde se cultivaban coles,
legumbres, zanahorias y otras hortalizas. En el siglo XVI, un buen jardín debía
combinar la sensualidad del paisaje con la fertilidad de un huerto.
No
hay un jardín sin agua. En cada una de las esquinas del foso, se alzó una
fuente octogonal. Para alimentarlas y regar el jardín, se dispuso un sistema de
canalizaciones que recorría todo el foso. El agua llegaba hasta él desde una
fuente situada al oeste del castillo, junto al actual parque de Juan Carlos I.
Las
tuberías que conducían el agua estaban hechas con piezas de cerámica atanores, diseñadas
para encajar unas en otras, un sistema muy eficaz para evitar pérdidas de agua.
El
jardín se extendía fuera del foso. El resto de la finca estaba ocupado por
tierras de labor y por una alberca situada al sur del castillo, ahora bajo las
casas del barrio, en la que incluso había una isla y se podía pescar o dar
paseos en una embarcación de recreo conocida como el “galeón”.
El
pasadizo entre el interior del castillo y el jardín, durante la reforma, para comunicar
cómodamente el interior del castillo con el jardín del foso, se abrió en este
flanco un pasadizo subterráneo abovedado por debajo de la liza y la barrera que
terminaba en una puerta abierta en la escarpa. El suelo estaba cubierto por un pavimento
de ladrillos que se ha conservado en buen estado.
El nido de
ametralladoras de la Guerra Civil Española, construido con hormigón armado y situado en una
posición dominante, el nido o casamata esta semienterrado para ofrecer menos
superficie a los impactos de los obuses y así proteger a los tiradores que a
través de su única abertura, en tiro rasante dispararían una ametralladora de
gran calibre. Está orientado hacia el este, en una posición dominante sobre la
ladera del arroyo de Rejas, por donde podría llegar un ataque enemigo.
Las
excavaciones del nido de ametralladoras han revelado que, tras la guerra, la
casamata se reutilizó como vivienda, por increíble que nos pueda parecer. En el
acceso, se instalaron una escalera y un pequeño almacén.
Las
ruinas del castillo también se aprovecharon durante la guerra como improvisado
fortín. Para ello, en las paredes aún en pie, se abrieron unos huecos de
disparo.
Y
en los rellenos del foso y bajo el castillo, se excavó un túnel que debía de
servir de refugio durante los bombardeos y quizás como almacén de municiones.
La
toma de Madrid se convirtió desde un primer momento en objetivo fundamental de las
tropas nacionales. Tras un rápido avance por el oeste en noviembre de 1936, la
ofensiva se detuvo a orillas del Manzanares. Por ese motivo, el general Franco
decidió abrir un nuevo frente por el sudeste. También con la idea de cortar el
enlace con las carreteras de Barcelona y Valencia, por donde llegaban los
suministros a Madrid.
Los
defensores asentaron varias divisiones en la zona. El general Miaja instaló su
puesto de mando en el palacio del Capricho y construyó en los jardines un
refugio subterráneo (búnker), aún conservado, y, alrededor, situó varios puntos
de observación, como el castillo y el nido de ametralladoras.
Finalmente
la ofensiva se desencadenó en febrero de 1937, más al sur, en la confluencia
entre el Manzanares y el Jarama. Fue sangrienta y el rigor del invierno acentuó
su dureza. Se estima que murieron más de 15.000 soldados. Tras un mes de combate,
las tropas republicanas consiguieron rechazar a las nacionales. Madrid no cayó
en poder del ejército de Franco hasta el 28 de marzo de 1939.
El
título de Condes de Barajas pasó a manos del Conde de Fernán-Núñez en 1785,
primo de la condesa, al morir ésta sin descendencia. También pasaron la finca y
el castillo, aunque éste ya estaba abandonado.
En
1898, la Duquesa de Fernán-Núñez decidió edificar junto al castillo un panteón
familiar, aún hoy propiedad de la familia, bien conservado y en uso. Se trata
de una pequeña capilla de estilo neogótico, muy en boga a finales del siglo XIX
dentro de la corriente historicista. La duquesa encargó la capilla a un renombrado
arquitecto madrileño: el Marqués de Cubas.
El
Marqués de Cubas, construyó otros importantes edificios religiosos neogóticos
en Madrid a finales del siglo XIX, como la iglesia de Santa Cruz.
Unas
décadas antes, en 1856, la duquesa proyectó recuperar el castillo como
residencia rural. Se conserva incluso un dibujo del proyecto. Nunca se llegó a
poner en marcha. Sin duda, de no haberse arrepentido, hoy el aspecto del
castillo sería muy distinto.
Bajo
el castillo se encuentra un poblado
prehistórico, concretamente se trata de un poblado calcolítico, la primera
ocupación humana del cerro data del periodo Calcolítico o Edad de Bronce, el
poblado estaba formado por cabañas y rodeado por un foso.
Las
cabañas eran de planta circular y tenían un zócalo de piedra. Sus paredes y su
techo estaban hechos con ramas y barro. El suelo estaba parcialmente excavado en
la tierra y cubierto con esteras y pieles para aislarlo de la humedad. Toda la
familia convivía en el mismo espacio.
Los
huecos tallados en el suelo que han aparecido al excavar el castillo eran
“despensas” del poblado prehistórico. Donde se conservaban los alimentos a temperatura
estable y a salvo de posibles depredadores. Una vez perdida su función
original, se aprovechaban como basureros improvisados. Por ese motivo, suelen
contener mucha información arqueológica sobre la dieta alimenticia y los utensilios
empleados por quienes los usaron.
El
foso del castillo ha seccionado una zanja preexistente de dos metros de
profundidad que seguramente era el foso del poblado calcolítico. Estos asentamientos
solían estar rodeados por una zanja y una empalizada de madera para protegerse.
Se han documentado otros ejemplos muy parecidos en la Comunidad de Madrid.
El
foso del castillo también ha cortado la sepultura en la que, en época
calcolítica y dentro del poblado, se enterró un individuo rodeado de varias
cerámicas de gran valor. Se trata de tres “vasos campaniformes”, llamados así
porque tienen forma de campana. También tienen una decoración característica de
incrustaciones de cal. Sabemos que su uso estaba reservado a los señores de la
comunidad. Su presencia en la tumba, nos informa de que el personaje en ella
enterrado era uno de ellos.
El
poblado calcolítico se abandonó hacia 1500 a.C. El lugar volvió a ser ocupado
durante la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Lo sabemos gracias a los
fragmentos de cerámica, diferente de la calcolítica, encontrados en el
yacimiento.
Probablemente
su excelente posición geográfica: en la ladera norte del arroyo de Rejas,
protegido del viento y orientado hacia el sol; dominando el valle, las fuentes
de agua y las tierras más fértiles y cerca de la vía que iba a buscar el vado
del Jarama y el corredor natural del valle del Henares, hacían de este
emplazamiento una zona apreciada por diferentes asentamientos humanos.
El puente original, para salvar el foso existía un puente.
Se han conservado sus apoyos, los de su forma definitiva tras la reforma del
siglo XVI. Lo normal es que el puente original tuviera una parte maciza y otra hecha
en madera: esta segunda parte podía ser rápidamente destruida en caso de ataque
con el fin de aislar el castillo.
Con
la ampliación del foso, el puente tuvo que ser modificado. Ya no hacía falta
recurrir a soluciones defensivas, por lo que se rehízo colocando un arco, del
que han aparecido algunos restos en el fondo del foso.
Aunque
no se ha conservado, conocemos la situación de la puerta de la barrera del castillo
gracias a la posición del puente y a los restos de una de las dos torrecillas
de flanqueo que la defendían.
El
castillo se abandona tras un incendio. Aunque el castillo apenas debía de usarse
ya, quedó definitivamente abandonado cuando, en 1695, un incendio destruyó el
edificio. Como todas las ruinas con piedra abundante, se convirtió en cantera
para las tapias y las casas vecinas.
El
expolio de materiales se intensificó cuando, en 1785, con autorización del
municipio, la Duquesa de Osuna extrajo buena parte de la piedra del castillo
para edificar con ella su cercano palacete. El resultado fue la demolición de
toda la esquina occidental, torre del homenaje incluida. Más tarde, la erosión
hizo que los restos se fueran sepultando.
Hacia
1970, durante la urbanización del barrio, unas máquinas excavadoras hicieron
dos grandes zanjas para extraer tierra, una a cada lado del castillo,
destruyendo parte de los restos sepultados del foso. Ahora se ha reintegrado
uno de esos lados.
Los
Zapata, siempre fieles a la Corona, ofrecieron su residencia de la Alameda para
que fuera empleada por la justicia real como cárcel de varios personajes de la
Corte caídos en desgracia. En 1580, estuvo preso en ella, tras unas
desavenencias con el rey, don Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, el
famoso y temido gobernador de Flandes.
En
1622, la misma suerte corrió Pedro Téllez de Girón, III Duque de Osuna y virrey
de Nápoles, quien acabó muriendo en su prisión de la Alameda. Sin embargo, el
castillo fue también escenario de hechos menos luctuosos. En 1599, sirvió de acomodo
de la reina Margarita de Austria antes de su entrada en Madrid tras su boda con
Felipe III, en Valencia.
La torre del homenaje, símbolo señorial, la torre,
siguiendo el patrón habitual, debía alzarse por encima de los muros y de todo
el territorio circundante, con su altura y fortaleza, simbolizaba el poder del
señor sobre su jurisdicción. Además, en el salón del trono, el señor recibía el
“homenaje” de sus vasallos (de ahí su nombre).
El
“homenaje” era un acto protocolario en el que señor y vasallo sellaban un pacto
de fidelidad: a cambio de la protección, derechos o tierras del señor, el
vasallo se comprometía a entregarle rentas y a servirle con sus armas.
El
aspecto del castillo debía de ser muy distinto cuando aún estaba en pie la
parte del edificio más destacada: la torre del homenaje. Sólo conocemos la
mitad de sus cimientos y el pavimento de ladrillos de la planta baja, pero
podemos imaginar cómo era gracias a torres parecidas de la misma época que sí
se han conservado, como la de Pinto.
La
torre probablemente estaba dividida en tres o cuatro plantas, cada una con una
estancia. Por razones defensivas, la entrada estaba en el primer piso, que era,
a su vez, la planta principal (el salón del trono). La segunda planta la
ocupaba la cámara privada del señor. Y la planta baja estaba dedicada a almacén
y bodega.
Los
pisos se comunicaban gracias a una escalera de caracol encajada en el muro. La
escalera bajaba hasta el sótano y aún se puede reconocer su arranque. La torre
tenía también su propio pozo, para que en caso de asedio no depender del
exterior.
El interior del castillo, tras los recios muros defensivos del
castillo se escondía la residencia del señor y su corte. Las estancias
principales ocupaban la torre del homenaje, pero otras dependencias se
distribuían en un edificio de dos plantas en torno al patio. Como el castillo
era de pequeñas dimensiones, estas estancias sólo ocupaban dos de los cuatro
lados. Por razones defensivas, sus puertas y ventanas se abrían al patio.
Se
llevo a cabo una reforma para ganar espacio a mediados del siglo XVI, con el objetivo
de convertir el castillo en una cómoda residencia rural. Las dos plantas se
convirtieron en tres gracias a la excavación de un semisótano, del que se
conservan unos estupendos suelos de cantos rodados.
En
el piso alto, se abrieron unos grandes ventanales con vistas al jardín. Y las
excavaciones arqueológicas nos han revelado que las paredes estaban revestidas
con zócalos de azulejos.
Por
último, en el lado norte, se edificó un elegante pórtico de granito. Este
lujoso pórtico expresaba mejor el estatus social del señor del castillo que la
estructura de madera de la primera fase a la que probablemente sustituyó para
hacer la misma función: comunicar las estancias del patio con la torre del
homenaje.
Para
facilitar el aprovisionamiento de agua sin depender del exterior en caso de asedio,
en el patio había dos pozos: uno en el centro con un brocal de ladrillos que
también debía recoger el agua de la lluvia y otro, como en la torre, empotrado
en un muro occidental del patio. Un pavimento de ladrillos cubría toda su
superficie.
El recinto defensivo
exterior, la barrera
o recinto exterior lo componía un sistema complejo con sucesivas barreras
defensivas, la defensa que ofrecía el foso era reforzada por un muro situado
entre él y el edificio: la barrera. Sobre el muro, un adarve almenado protegía
a los defensores y, en su frente, se abrían varias troneras o “bocas de fuego”.
En cada esquina se alzaba una torre de flanqueo desde la que poder disparar a los
atacantes desde los lados o flancos en caso de que intentaran escalar la
barrera.
Entre
la barrera y el edificio principal, discurría un pasillo denominado “liza”,
cuya función era permitir una rápida circulación sin obstáculos de los
defensores hacia cualquier punto del perímetro defensivo del castillo en caso
de ataque. Además, en caso de que los atacantes consiguieran saltar el muro,
quedarían atrapados en ese pasillo, donde podrían ser blanco fácil de los
defensores refugiados en el último reducto.
Las
reformas realizadas a mediados del siglo XVI también afectaron a la “liza”: fue
pavimentada con un suelo de guijarros muy parecido al de los nuevos semisótanos
del interior del castillo. Y es probable que el muro perimetral se desmontara parcialmente
en este momento para transformarlo en un pretil y la liza en un paseo con
vistas al jardín del foso.
En
las fortificaciones medievales, por razones defensivas, la puerta de la barrera
y la del recinto principal no solían estar en el mismo lado del edificio y
desde luego que nunca en el mismo eje. El castillo de la Alameda no es una
excepción: una vez franqueado el primer acceso, había que rodear la torre del homenaje
para entrar en el patio. De este modo, una vez superado el obstáculo de la
barrera y la primera puerta, los atacantes se exponían durante un largo trecho
al fuego de los defensores, refugiados en la torre. Y también eso impedía el
uso de arietes y otros aparatos de asalto.
Este
sistema de acceso dejó de tener sentido cuando el castillo perdió su función
defensiva a mediados del siglo XVI. Entonces se hizo necesaria una entrada más
directa y cómoda, por lo que se picó el muro y se abrió una nueva puerta frente
al puente, por cuyo hueco pasamos también ahora al patio.
Las
excavaciones arqueológicas han permitido encontrar, entre los escombros y
rellenos del castillo, numerosos objetos utilizados por los habitantes del castillo
en su vida cotidiana: sobre todo recipientes de loza para el servicio de mesa,
pero también copas, jarras de cristal y hasta tijera.
En
el interior de la torre meridional de la barrera, han aparecido las tuberías de
una “fuente de burlas”. Sobre las tuberías, iba un pavimento que no se ha
conservado en el que quedaban disimulados unos pequeños surtidores, de manera,
su objetivo era crear la ilusión de que el agua brotaba del suelo por encanto.
Cuando
alguien se situaba sobre ellos, el bromista podía activar la fuente, sorprendiendo
al visitante desprevenido. Este tipo de ingenios acuáticos lúdicos eran muy del
gusto de la nobleza en los siglos XVI y XVII y a menudo se instalaban en los
jardines
Hoy
conocemos mejor la historia de La Alameda gracias a las excavaciones
arqueológicas del castillo y su entorno y a las investigaciones realizadas en
varios archivos a lo largo de los últimos años. Aunque el principal objeto de
interés de estos estudios ha sido el castillo y la historia del señorío de
Barajas y la Alameda, no han dejado de prestar atención a las etapas anteriores
de una larga historia en la que el castillo no representa más que un eslabón,
ni a sus huellas en el mismo espacio o sus aledaños.
Esas
investigaciones han ayudado además a orientar la actuación que ha tenido como
objetivo la restitución del foso y la conservación de los restos del castillo,
pero también la preservación de su entorno y la revalorización de todas esas huellas
por medio de un recorrido musealizado.
En
este rincón de lo que hoy es un parque público, han dejado su huella cuatro mil
años de historia: el poblado prehistórico situado bajo el castillo; la aldea
medieval de La Alameda, sobre la que los ocupantes del castillo primero los
Mendoza y luego los Zapata ejercieron su dominio; la iglesia y el cementerio de
esa aldea; la fundación de otras villas de recreo como El Capricho; el panteón
de los Fernán-Núñez; la Guerra Civil; e incluso la creación y desarrollo del
barrio actual, hasta ahora el más reciente tramo de esa milenaria secuencia,
pero con seguridad no el último.
En
la siguiente cronología se detallan los acontecimientos históricos más
relevantes relacionados con el Castillo de la Alameda:
1500 a.C. hasta 100 a.C. Poblado prehistórico: un poblado prehistórico con varias
fases a lo largo de dos milenios: del Calcolítico a la Edad de Hierro.
1200 Aldea de La Alameda: nueva ocupación
del lugar en la Edad Media: una aldea de repoblación del siglo XIII.
1400 Señorío de los Mendoza: el rey
concede el señorío a los Mendoza, quienes construyen el castillo.
1450 Señorío de los Zapata: al castillo se
le añade un nuevo edificio: la Casa del Mayordomo.
1575 Condado de Barajas: Francisco Zapata,
tras la concesión del título de Conde de Barajas, convierte el castillo en un palacete
con jardín.
1600 Los Zapata, al servicio de la Corona,
ofrece el castillo como prisión de notables y alojamiento de reinas.
1700 El Capricho: a finales del siglo
XVII, el castillo se abandona y sus materiales comienzan a ser expoliados para otras construcciones como:
“El Capricho”.
1800 El cementerio de la Alameda se traslada
durante el siglo XIX desde la iglesia de Santa Catalina a las inmediaciones del
castillo.
1900 Panteón de los Fernán-Núñez: a
finales del siglo XIX, la familia Fernán-Núñez construye un panteón entre el
cementerio y el castillo.
1939 La Guerra Civil Española: La Guerra
Civil también deja su huella en el castillo: el nido de ametralladoras que
protegía al búnker del Capricho.
2000 Barrio de La Alameda: durante los
años 70, los restos del pasado histórico de La Alameda son engullidos por un nuevo
barrio.
Bibliografía:
www.madrid.es
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